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Estaba sentado en el comedor, tomando el trigésimo noveno mate del día. Eran alrededor de las once de la mañana, y de repente un rayo de luz le golpeó los ojos. Giró la mirada y vio que la puerta del frente estaba entreabierta, y del otro lado, en el jardín, estaba su madre podando uno de los rosales (el más abandonado). Seguramente la brisa (o algún duende, o algún dios, o algún diablo, o ¿su madre?) había empujado levemente la puerta para que el rayo de luz solar, de luz vital, de luz hermosa, entrara y se hiciera notar, golpeándolo (sutil y letal) en los ojos.
Después de ver a su madre, oyó. Oyó a la brisa, acariciando las cosas; oyó a algún niño cantar, o gritar o reír; y oyó a su madre, tararear. Su madre estaba tarareando!! Y parecía sonreír, agachada frente al rosal. Que hermosa mañana!! Que mañana de mañanas!!!
Se puso de pie, decidido a encarar la puerta. Dio el primer paso. El segundo. Se acercó a la puerta…
… y la cerró.
Enseguida se volvió a sentar, y como si no se hubiese parado, como si no hubiese sido golpeado por la luz, como si no hubiese oído a su madre tararear, se cebó otro mate (el cuadragésimo), y siguió ahí.
Árbol de Fuego
Hace 3 años
A veces tenemos la oportunidad de ser felices y no queremos verlo...
ResponderEliminarteeeeeee amoooooooo mi amorrrrrrr
ResponderEliminarmeliiii