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miércoles, 25 de mayo de 2011

Noboní y los zurcidores de medias de toalla

7

Una linda y pobre niñita pedaleaba con frío y pobreza su bicicletita rosa. Estaba yendo a la escuela, con entusiasmo (aún no se había tragado la poronga de que “la escuela no sirve para nada”) y retorcijones. Al llegar a la esquina de las canchas de pádel abandonadas (como toda cancha de pádel) se topó con un algo antropomorfo (o sea, algo que parecía un señor) que surgiendo de entre la neblina la asustó.
El Noboní frenó súbitamente su marcha al toparse con la niñita y quiso pedirle disculpas por el susto pero no pudo, se había quedado sin voz de tanto dialogar con el Samaritano.
Él siguió su camino y ella se quedó mirándolo un rato, con un pie en el suelo y el otro en el pedal.
Eran pasadas las ocho de la mañana, los colores del alba (celestial, no látex) intentaban fulminar a la espesa niebla. Paso a paso, manos al bolsillo, tragando saliva para que vaya volviendo la voz, con algo de confusión (no la suficiente como para evitar el sueño), y algo de optimismo (no el suficiente como para ir pateando piedritas), el Noboní iba acercándose a Lavalle, para usar el camino más amigo.
Al doblar y tomar su calle amiga, sintió que alguien lo estaba siguiendo. Se detuvo, miró hacia la esquina, y sólo vio neblina. Mientras tanto, la niñita había retomado la marcha, pero en sentido opuesto al anterior, como volviendo sobre sus pedaleadas.
Siguiendo por Lavalle, 50 metros antes de llegar al Fonavi volvió a sentir una presencia a sus espaldas, y sin dejar de caminar giró lentamente para ver qué onda. Unas líneas rosadas, se movían entre el gris. El Noboní se detuvo y las líneas también, él retomó la marcha y después de unos segundos de cautela, también lo hicieron ellas. Entonces el Noboní se puso a recordar cuando el circo aquél vino al barrio.

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