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martes, 7 de junio de 2011

Noboní y los zurcidores de medias de toalla

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Se paraba en los pedales, agachaba la cabeza, exhalaba un há há há. La bici se bamboleaba inclinándose, izquierda-centro-derecha-centro, y así, por la calle de tierra siguiendo al camión.
La calle era un barrial y el camión iba dejando unas huellas profundas y zigzagueantes así que el pibito (al que todavía no llamaban Noboní) se estaba cansando y embarrando mucho pero sin caerse ni desanimarse. Entre el camión y la bici iba la jaula. Dentro de la jaula iba el león.


¡Queridos vecinos! … ¡el fabuloso circo de los hermanos Schwarzepecker ha llegado a su barrio!... ¡no se lo pierdan!... ¡traigan a la abuela, a los chicos, al novio de la nena!... ¡entradas populares!... ¡circo de los hermanos Schwarzepecker!... ¡circo circo circo!... ¡los payasos Piojín y Gurí-chico! ¡circo circo circo!... ¡el legendario león Tolstoi!... ¡no se lo pierdan!... ¡circo circo circo!... ¡de los hermanos Schwarzepecker!... ¡en los terrenos del ferrocarril!...

Cada vez que el camión se detenía él se detenía, cuando el camión volvía a la marcha él también, siempre tratando de mantenerse lo más cerca posible de la jaula. Sentía una especie de… ¿novedad? Sí puede ser, una especie de gloriosa novedad.

Al llegar a la vereda de su casa el Noboní se dio vuelta una vez más y vio cómo la bicicletita rosa también se detenía. La niebla empezó a disiparse en rededor de la niña y sus ojos se encontraron con los del Noboní. Se miraron un instante y él le regaló una sonrisa (pucha, hacía siglos que no sonreía). La niñita desplegó la suya, sencilla y hermosa, antes de pegar la vuelta y alejarse pedaleando.

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